Juana Seymour


Juana Seymour, Tercera Esposa de Enrique VII : Otra vez entre las bellas jóvenes que formaban la corte de honor de sus reinas fue a buscar Enrique VIII su nueva esposa. Y la elección recayó en Juana Seymour, (1509-1537) no una de las más lindas del conjunto pero parece ser que sí la más simpática y bondadosa, la que había sido dama de honor de Ana Bolena y, anteriormente, de Catalina de Aragón.
Se estima que antes de la muerte de la reina Ana Bolena en el cadalso, Juana y Enrique eran amantes. Más allá de la probabilidad de este rumor, antes de que transcurrieran dos semanas de ese ajusticiamiento, la pareja se casó en el palacio de Hampton Court, la hermosa e imponente residencia que el canciller Wolsey había regalado al rey para reconquistar su favor. Incluso, se asegura que Juana Seymour fue la única mujer de la que Enrique estuvo verdaderamente enamorado y aquella ante cuya muerte pareció demostrar un pesar verdaderamente profundo.
El palacio de Hampton Court, de estilo Tudor, se hallaba situado en el hermoso valle del río Lug, afluente del Támesis por el que se podía ir navegando hasta Londres. Los reyes Enrique y Juana se instalaron allí donde habían efectuado su boda. Así pasarían sus días, recorriendo los extensísimos jardines o el laberinto vegetal (que hasta hoy se conserva) con las hijas del rey. O incluso, disfrutando las partidas de tenis jugadas en esa residencia, la cancha de tenis más antigua del mundo.
Se estima que también estaban acompañados por las princesas María e Isabel, pues la reina había logrado que volvieran a formar parte de la corte, y las trataba de Lady, como para borrar la designación de bastardas con que se las conocía por culpa de su propio padre. Trataba a ambas jóvenes no sólo como damas nobles, sino que tuvo para con ellas una relación amistosa y a veces casi maternal, acercándolas al soberano del que hacía casi diez años que se hallaban distanciadas. Sobre todo, se entendió muy bien con María, que era católica como ella y mantenía casi siempre junto a sí en la corte, cosa extraña en el trato entre una reina y una hijastra, más aún, considerada bastarda.
Era manifiesto el descontento de Enrique VIII ante la identidad religiosa de su esposa como de su hija, hecho que soportaba por estar enamorado de la primera y reconciliado con la segunda.
La relación de la reina con la hija superaría cualquier hecho adverso. Así, cuando la reina quedó embarazada, María fue enviada al palacio de Hudson, pero ambas se mantenían unidas por medio de frecuentes cartas y el envío de regalos por ambas partes. Juana enviaba a María, que gustaba del lujo, joyas y presentes de valor además de rosas de los jardines reales, y la joven le correspondía enviándole, entre otros presentes, frescos pepinos y frutos.
Como reina, Juana Seymour fue estricta y formal e hizo todo lo que estuvo a su alcance para diferenciarse de su predecesora. Sus amistades eran sólo femeninas. La vibrante vida social de la casa de la reina que tan bien había controlado Ana Bolena, fue sustituida por una atmósfera estricta, casi opresiva. Desesperada por parecer una reina, se obsesionaba por los mínimos detalles, como cuántas perlas debían coserse a las faldas. Prohibió la moda francesa, introducida en la corte por Ana. Políticamente conservadora, su única intervención en el reino finalizó cuando el rey le recordó que la última reina había perdido la cabeza por entrometerse en los asuntos políticos.
Juana dio a luz el 12 de octubre de 1537, en su suntuoso dormitorio de Hampton Court, a un hijo al que se llamó Eduardo, obteniendo el ansiado heredero y colmando de júbilo a Enrique. Sin embargo, la felicidad duraría poco. Apenas doce días después, la reina Juana fallecía producto de una fiebre puerperal (lo que era muy común en la época)(infección durante el parto, cuando parte de la placenta queda dentro del útero) . No obstante, algunos suponen que fue envenenada por los miembros del clan enemigo de su encumbrada casa, de la que en pocos años casi nada quedaría.
Su hijo llegó a ser rey de Inglaterra y de Irlanda a la edad de nueve años, con el nombre de Eduardo VI. Fue bien recibido por el pueblo por ser “hijo de la simpática Juana”. No obstante, su reinado fue nominal por ser débil y enfermizo.
Como reina, Juana Seymour fue estricta y formal e hizo todo lo que estuvo a su alcance para diferenciarse de su predecesora. Sus amistades eran sólo femeninas. La vibrante vida social de la casa de la reina que tan bien había controlado Ana Bolena, fue sustituida por una atmósfera estricta, casi opresiva. Desesperada por parecer una reina, se obsesionaba por los mínimos detalles, como cuántas perlas debían coserse a las faldas. Prohibió la moda francesa, introducida en la corte por Ana. Políticamente conservadora, su única intervención en el reino finalizó cuando el rey le recordó que la última reina había perdido la cabeza por entrometerse en los asuntos políticos.